lunes, 11 de junio de 2018

Corazón de robot


Nacho tiene 7 años y es inventor.
No es que trabaje de eso porque cuando sos chico nadie te paga por tus inventos… pero es que le encanta inventar cosas, incluso más que andar en bici y comer milanesas.
Posiblemente le guste tanto porque su papá, que es ingeniero electronosequé, siempre le dice que está muy orgulloso de que compartan la misma vocación… no como su hermano Dani, que tiene 13 y lo único que quiere ser es jugador de fútbol.
La vocación es lo que hace que una cosa sea lo más que te guste hacer en el mundo. Tanto, que cuando seas grande vas a querer trabajar de eso y no te va a costar nada tener que estudiar antes para poder hacerlo mejor.
Es por eso que a veces su papá hasta le da permiso de ir a inventar al tallercito del fondo y usar sus herramientas, y le da consejos y le enseña trucos especiales, y ahí es donde le salen sus mejores inventos
Nacho es inventor desde que era re chiquito. Una vez inventó una máquina para separar las galletitas rellenas… y otra vez inventó un dispositivo secreto para bajar el tarro de dulce de leche de la repisa donde lo deja su mamá. Hasta inventó una rueda que cuando Cacho hace ejercicio suena como una cajita de música. Cacho es el cobayo que le regaló la abuela cuando cumplió 7.  Un cobayo es como un ratón gordo con las orejas más chiquitas y no tiene cola. Su mamá dice que, aunque parezca un ratón, Cacho no le da miedo y es un amor ver cómo le da a la ruedita.
Puede ser que en este invento lo haya ayudado bastante su papá, pero hicieron un pacto secreto y cada vez que Nacho dice que inventó solito la rueda musical, él le guiña un ojo.
De todos sus inventos, el más increíble y moderno es su robot espacial QZ22 Max. Max es el apellido. Nacho siempre le dice Max porque en el cole a él lo llaman por el apellido.
Para construirlo tuvo que juntar materiales por toda la casa y para no olvidarse cómo lo había armado, anotó todos los pasos en su cuaderno de inventos. Su papá le dijo que esto era para poder hacer mantenimiento después, y como mantenimiento es una palabra re difícil, debe ser importante estar preparado para hacerlo. 
Le quedó más o menos así:
·       Agarrar una lata de cerveza vacía que esté lisita y no abollada. Esto va a ser la panza.
·       Pintarla con pintura plateada del tallercito
·       Buscar 2 resortes gruesos como una fibra gruesa para hacerle las patas
·       Para hacer los pies usar 2 vasitos de yogur chiquitos y llenarlos de plastilina para que el robot no se caiga y se puedan meter los resortes de las patas
·       Para los brazos juntar 4 palitos de helado, lavarlos y unirlos con los ganchitos de agarrar papeles. 2 palitos en cada brazo y hacés el codo.
·       Para armar la cabeza usar un enchufe viejo, de esos que sirven para poner juntos muchos de los enchufes más chiquitos. Que las patas del enchufe te queden para arriba y sean como antenas
·       Pedirle a papá que junte todas las piezas a la panza y que se puedan seguir moviendo.
·       Volver a pintar con pintura plateada.
Cuando Max estuvo listo su papá lo ayudó a ponerle luces rojas, azules y verdes en la panza, que se prenden con unas pilas como los arbolitos de navidad. Para ser un robot espacial inventado por un chico, Max le quedó re bueno y por eso lo puso en un estante del cuarto, para que cuando se fuera a dormir y estuviera todo oscuro, Max quedara haciendo lucecitas. Total, después su mamá o su papá pasarían a apagarlo para que las pilas no se gasten enseguida. En las misiones espaciales los robots deben llevar súper pilas que no se gastan nunca, o no sé cómo hacen…
Un día Dani, que duerme en la cucheta de arriba, estaba haciendo jueguitos con la pelota en el cuarto y Nacho estaba haciendo los deberes. Y Dani, dale que te dale con la pelota. Y en una de esas la pateó tan fuerte que de un pelotazo hizo que Max saliera volando del estante y fuera a parar debajo de la cama. Cuando Nacho lo rescató de ahí, a Max le faltaba una pata y un palito del brazo, la cabeza se le había torcido y las luces se le habían soltado de la panza. Estaba arruinado.
Nacho salió corriendo y llorando para la cocina con Max destartalado en una mano y la pata que se le había salido en la otra. No le podía explicar a su mamá lo que le había pasado porque tenía más ganas de llorar que de hablar, pero su mamá se dio cuenta enseguida… ella siempre se da cuenta de todo lo que le pasa sin que él le tenga que decir.
Y empezó: Dani vení para acá, que vengas te digo, que no te lo tenga que repetir o vas a ver cuando llegue tu padre… y apareció Dani en la cocina… con la pelota abajo del brazo, el arma del delito como dicen en la tele y él con cara de yo qué hice.
Que cuántas veces te tengo que decir que al fútbol se juega en el patio, que es como si le hablara a la pared, que sea la última vez que pasa esto y un montón de cosas más le dijo… pero Nacho igual se sentía re triste, como el día que se olvidó el álbum de figuritas en el asiento del transporte escolar. Y seguía llorando sin poder hablar.
Al final Dani, que se reía como los malos de las películas, le dijo que parecía un bebé si lloraba tanto por esa pavada, como si la porquería esa del robot tuviese corazón o como si el pelotazo se lo hubiese pegado a él.
Y Nacho no supo qué decirle, porque entonces se dio cuenta de que los robots espaciales no tienen corazón, pero igual Dani no podía decir que Max era una porquería si era su mejor invento.
A la noche, cuando su papá volvió de trabajar, le contó todo lo que había pasado y casi le dieron ganas de largarse a llorar de nuevo. Su papá le dijo lo que siempre le dice, que todo tiene solución… sobre todo para los inventores como ellos.
Entonces se fueron al tallercito con Max y como si fueran doctores de robots, le arreglaron todo lo que se le había salido y desacomodado. Y ahí fue que a su papá se le ocurrió que a veces los problemas son una oportunidad, que lo que había dicho Dani le hacía pensar en que quizás Max podía tener un corazón. Así que entre los dos le hicieron un agujero en la panza que le taparon con un papel celofán rojo y adentro le pusieron otra lucecita que se prende y apaga. ¡Y listo!
Desde ese día, cuando se va a dormir y le apagan la luz, Max le hace compañía desde el mismo estante, y el corazón se prende y apaga y es como que late… hasta que Nacho se queda dormido feliz pensando en que si Max no hubiese tenido el accidente ahora no tendría un corazón de robot.