miércoles, 26 de mayo de 2021

Luna de Tigre

Por sobre las palmas asoma la luna.

Se enreda en sus frondas

y se desenreda…

Persite en su vuelo hacia la promesa

que es también traición,

del eclipse rojo.

Y ella avanza lenta, quizás resignada,

sabiendo fatal su destino dulce,

buscando el altar donde será ofrenda.

Debajo sucede la vida y la noche,

las aguas, los besos, caminos y vías

como venas líquidas,

los techos dormidos, las ventanas francas,

la isla de jade engarzada en barro,

y una rueda mágica, presa en su letargo.

La luna lo observa con su iris de cíclope

ceñido de arrugas, mares y volcanes.

Sabe de memoria todos los rincones,

todos los secretos,

todas las heridas…

los ve cada noche, los mide, los pesa,

y los va arrastrando hasta el alba nueva.

El sol del otoño recoge cansino

las redes de bruma que suenan de pájaros.

En su piel de sal la luna hace un hueco

y al fin se deshace,

como la marea que lame la arena

y la vuelve espuma.

lunes, 11 de junio de 2018

Corazón de robot


Nacho tiene 7 años y es inventor.
No es que trabaje de eso porque cuando sos chico nadie te paga por tus inventos… pero es que le encanta inventar cosas, incluso más que andar en bici y comer milanesas.
Posiblemente le guste tanto porque su papá, que es ingeniero electronosequé, siempre le dice que está muy orgulloso de que compartan la misma vocación… no como su hermano Dani, que tiene 13 y lo único que quiere ser es jugador de fútbol.
La vocación es lo que hace que una cosa sea lo más que te guste hacer en el mundo. Tanto, que cuando seas grande vas a querer trabajar de eso y no te va a costar nada tener que estudiar antes para poder hacerlo mejor.
Es por eso que a veces su papá hasta le da permiso de ir a inventar al tallercito del fondo y usar sus herramientas, y le da consejos y le enseña trucos especiales, y ahí es donde le salen sus mejores inventos
Nacho es inventor desde que era re chiquito. Una vez inventó una máquina para separar las galletitas rellenas… y otra vez inventó un dispositivo secreto para bajar el tarro de dulce de leche de la repisa donde lo deja su mamá. Hasta inventó una rueda que cuando Cacho hace ejercicio suena como una cajita de música. Cacho es el cobayo que le regaló la abuela cuando cumplió 7.  Un cobayo es como un ratón gordo con las orejas más chiquitas y no tiene cola. Su mamá dice que, aunque parezca un ratón, Cacho no le da miedo y es un amor ver cómo le da a la ruedita.
Puede ser que en este invento lo haya ayudado bastante su papá, pero hicieron un pacto secreto y cada vez que Nacho dice que inventó solito la rueda musical, él le guiña un ojo.
De todos sus inventos, el más increíble y moderno es su robot espacial QZ22 Max. Max es el apellido. Nacho siempre le dice Max porque en el cole a él lo llaman por el apellido.
Para construirlo tuvo que juntar materiales por toda la casa y para no olvidarse cómo lo había armado, anotó todos los pasos en su cuaderno de inventos. Su papá le dijo que esto era para poder hacer mantenimiento después, y como mantenimiento es una palabra re difícil, debe ser importante estar preparado para hacerlo. 
Le quedó más o menos así:
·       Agarrar una lata de cerveza vacía que esté lisita y no abollada. Esto va a ser la panza.
·       Pintarla con pintura plateada del tallercito
·       Buscar 2 resortes gruesos como una fibra gruesa para hacerle las patas
·       Para hacer los pies usar 2 vasitos de yogur chiquitos y llenarlos de plastilina para que el robot no se caiga y se puedan meter los resortes de las patas
·       Para los brazos juntar 4 palitos de helado, lavarlos y unirlos con los ganchitos de agarrar papeles. 2 palitos en cada brazo y hacés el codo.
·       Para armar la cabeza usar un enchufe viejo, de esos que sirven para poner juntos muchos de los enchufes más chiquitos. Que las patas del enchufe te queden para arriba y sean como antenas
·       Pedirle a papá que junte todas las piezas a la panza y que se puedan seguir moviendo.
·       Volver a pintar con pintura plateada.
Cuando Max estuvo listo su papá lo ayudó a ponerle luces rojas, azules y verdes en la panza, que se prenden con unas pilas como los arbolitos de navidad. Para ser un robot espacial inventado por un chico, Max le quedó re bueno y por eso lo puso en un estante del cuarto, para que cuando se fuera a dormir y estuviera todo oscuro, Max quedara haciendo lucecitas. Total, después su mamá o su papá pasarían a apagarlo para que las pilas no se gasten enseguida. En las misiones espaciales los robots deben llevar súper pilas que no se gastan nunca, o no sé cómo hacen…
Un día Dani, que duerme en la cucheta de arriba, estaba haciendo jueguitos con la pelota en el cuarto y Nacho estaba haciendo los deberes. Y Dani, dale que te dale con la pelota. Y en una de esas la pateó tan fuerte que de un pelotazo hizo que Max saliera volando del estante y fuera a parar debajo de la cama. Cuando Nacho lo rescató de ahí, a Max le faltaba una pata y un palito del brazo, la cabeza se le había torcido y las luces se le habían soltado de la panza. Estaba arruinado.
Nacho salió corriendo y llorando para la cocina con Max destartalado en una mano y la pata que se le había salido en la otra. No le podía explicar a su mamá lo que le había pasado porque tenía más ganas de llorar que de hablar, pero su mamá se dio cuenta enseguida… ella siempre se da cuenta de todo lo que le pasa sin que él le tenga que decir.
Y empezó: Dani vení para acá, que vengas te digo, que no te lo tenga que repetir o vas a ver cuando llegue tu padre… y apareció Dani en la cocina… con la pelota abajo del brazo, el arma del delito como dicen en la tele y él con cara de yo qué hice.
Que cuántas veces te tengo que decir que al fútbol se juega en el patio, que es como si le hablara a la pared, que sea la última vez que pasa esto y un montón de cosas más le dijo… pero Nacho igual se sentía re triste, como el día que se olvidó el álbum de figuritas en el asiento del transporte escolar. Y seguía llorando sin poder hablar.
Al final Dani, que se reía como los malos de las películas, le dijo que parecía un bebé si lloraba tanto por esa pavada, como si la porquería esa del robot tuviese corazón o como si el pelotazo se lo hubiese pegado a él.
Y Nacho no supo qué decirle, porque entonces se dio cuenta de que los robots espaciales no tienen corazón, pero igual Dani no podía decir que Max era una porquería si era su mejor invento.
A la noche, cuando su papá volvió de trabajar, le contó todo lo que había pasado y casi le dieron ganas de largarse a llorar de nuevo. Su papá le dijo lo que siempre le dice, que todo tiene solución… sobre todo para los inventores como ellos.
Entonces se fueron al tallercito con Max y como si fueran doctores de robots, le arreglaron todo lo que se le había salido y desacomodado. Y ahí fue que a su papá se le ocurrió que a veces los problemas son una oportunidad, que lo que había dicho Dani le hacía pensar en que quizás Max podía tener un corazón. Así que entre los dos le hicieron un agujero en la panza que le taparon con un papel celofán rojo y adentro le pusieron otra lucecita que se prende y apaga. ¡Y listo!
Desde ese día, cuando se va a dormir y le apagan la luz, Max le hace compañía desde el mismo estante, y el corazón se prende y apaga y es como que late… hasta que Nacho se queda dormido feliz pensando en que si Max no hubiese tenido el accidente ahora no tendría un corazón de robot.

viernes, 23 de agosto de 2013

2208

La niña que baila fabricó una estrella
y su mano nívea se abrazó a la mía.
Sus ojos siguieron mis lágrimas dulces
de tanto quererla, de soñarla tanto.

La niña ya duerme y yo rezo a su lado
y tejo plegarias que le den abrigo.
Sus mejillas tibias reflejan la luna
y tiene perfume de jazmines blancos

La niña suspira, me bebo su aliento,
dibujo su frente con una caricia
trazando el perfil de mi amor en ella.
La arrullo con voces que traen recuerdos.

La niña despierta, sonríe, me observa…
y besa en mi pecho su pan de magnolias.
Tanto la esperaba que perdí su nombre
palpando en mi vientre su amarra de ombligo.

La niña que baila fabricó una estrella.
La dejó en mi pelo. 


viernes, 28 de junio de 2013

Miss Bennett

Existe un instante preciso de los plenilunios de verano en que, si uno se asoma desde la fuente de la calle Sucre, la luna se alinea perfecta, esférica, refulgente, con la aguja de la Glorieta de Barrancas de Belgrano. Como un disco de papel níveo que en su vuelo ascendente sobre el perfil en caos de antenas, cables y chimeneas, hubiera quedado atrapado por el alfiler emergente de la pagoda de zinc. El momento es exacto y breve, como suele suceder con las visiones imposibles. El lapso imperceptible en que la penumbra agonizante muta en el azul indefinido que da paso a los primeros indicios de la oscuridad. La magia se percibe en el peso húmedo y denso del aire y quizás, con un poco de oficio y visión entrenada, se consigue limpiar la mirada de la memoria inmediata y descubrir al Eternauta y al tornero Franco agazapados tras la baranda herrumbrosa del basamento.
Detrás de la onda voluptuosa de la glorieta estalla estridente un Jacarandá y bajo la bóveda de madera blanca obra el milagro. Los compases de una milonga ronca escapan anárquicos de los parlantes y sobre la grilla del piso los pies se deslizan y entreveran, los cuerpos se quiebran, se sostienen, se yuxtaponen, atrapados en un sopor narcótico que los comanda como si fueran marionetas alucinadas. Observando desde perímetro de hierro forjado, se desdibujan los escalafones, los credos, las edades, los dialectos. Sólo prevalece la música y los contornos acoplados de caballeros y damas que se funden en un firulete infinito, serpenteante, cósmico.
Hace algunos años, amalgamados en la misma masa de feligreses y presos del mismo conjuro, Miss Bennett y Ying Hao desandaban el enredo de sus propios pasos sobre la pista. Yo no llegué a verlos pero Don Blas, que ya en esa época estaba a cargo de los discos, me contó la historia. Miss Bennett había llegado a Buenos Aires como ama de llaves de la embajada de Australia, distante unas pocas cuadras de la plaza. Había descubierto la milonga de la glorieta en una de sus caminatas vespertinas. Se había aproximado curiosa y al subir un par de peldaños de la escalinata de Carrara, alguna mano tomó su brazo y la condujo en una sucesión de giros, cortes y cadenas que ella trató de seguir con torpeza, pero que terminaron por quebrar su recelosa resistencia. Tarde tras tarde regresaba a rendir culto a una adicción involuntaria que la invadía y le costaba reconocer en su fatigado corazón, pero que llenaba de color y música sus horas de descanso y su anatomía veterana.
Ying Hao, en cambio, trepó desde el barrio Chino hasta la glorieta en un deliberado intento de descubrir por sí mismo aquello que su hermano le había anticipado: “cruzando las vías, en la ladera del parque, algunos argentinos se reúnen a bailar una danza extraña, parece que es la costumbre por aquí…” Para cuando se animó a posar el primer pie sobre la pista, después de estudiar con una conciencia analítica las secuencias y repeticiones que observaba, asumió que el idioma sería una barrera infranqueable en el abordaje de una compañera y decidió practicar solo, ciñendo por la cintura un espectro sólo visible a sus ojos.

Quizás por la convicción con que Ying Hao guiaba los pasos de su pareja imaginaria, ningún parroquiano lo interrumpió en su danza solitaria. Sólo Miss Bennett, desde el extremo opuesto de la pista, decodificó el motivo de su aislamiento en la timidez de sus gestos. Se aproximó a Ying y lo saludó sonriente en un rudimentario chino mandarín que había heredado de los albores de su “carrera diplomática” como cocinera del consulado en Hong Kong. Sorprendido, Ying Hao irguió su cabeza, abrió sus ojos estrechos y arqueó las cejas expresando el asombro de escuchar sonidos conocidos más allá de la calle Arribeños. Miss Bennett le devolvía una sonrisa franca y le extendía la mano blanca, convidándolo a seguirla en comunión con el bandoneón canyengue que alentaba a reanudar la rueda. Sonaba “Tinta Roja” y sumergidos en un abrazo de principiantes, se aislaron del mundo a través de los melancólicos compases, dibujando en las baldosas una estela sensual y transparente. Con el acorde final, Ying estrechó la mano de Miss Bennett agradeciendo con sinceridad la deferencia, y escapó barrancas abajo, exultante, abordado por un entusiasmo inesperado, su cuerpo aún vibrando con la música que llegaba desde la glorieta. Ella lo siguió con la mirada, satisfecha y segura de haber sumado un discípulo a la cofradía arrabalera.
La tarde siguiente fue Ying Hao quien se acercó a Miss Bennett para invitarle una pieza. En un mar en movimiento de personas anónimas y diferentes, sus ojos se aferraron al rostro amable, iluminado de su compañera, como náufrago a su balsa improvisada. Desde entonces, así se sucedieron los atardeceres en la glorieta, ambos fieles a la cita, intercambiando diálogos breves, sonrisas amigas, emocionadas, compartiendo el refugio sonoro y circular para su nostalgia por las antípodas. Habían nacido sobre un mismo meridiano, habían surcado mares y decenios, para repetir cada tarde, en una plaza tachonada de faroles al otro lado del mundo, la ceremonia secreta de dos extraños forasteros.
Un atardecer de nubes rojas, de esas que presagian las tormentas, Ying acudió puntual a la glorieta. Ya había algunas parejas arrastrando sus pisadas sobre el pavimento gastado y otras se fueron sumando con la sucesión de tangos y valsecitos. Miss Bennett nunca llegó esa tarde, y tampoco lo hizo la tarde siguiente, ni el resto de las tardes en que Ying regresó para hurgar desconcertado entre las miradas y los cuerpos. Nadie pudo contarle lo poco que se sabía sobre el motivo de su desamparo. Nadie supo cómo. Nadie conocía las palabras. Los gestos eran vagos e insuficientes. Derrotados, acordaron dejar que bailara una milonga eterna con su pareja vacía, atrapando el aire con el arco de sus brazos, como la primera tarde en la glorieta. Sólo algunos observadores aguzados advertían, en las nochecitas mágicas de luna llena, al fantasma de Miss Bennett ensayando ochos y contrapiés, habitando para siempre su abrazo devastado.

viernes, 14 de diciembre de 2012

La elegancia del erizo- Desolación de las revueltas mongoles

"...Entonces, tomemos una taza de té. Como Kakuzo Okakura, el autor de El libro del té, que se lamentaba de la revuelta de las tribus mongoles en el siglo XIII no porque hubiera traído consigo muerte y desolación, sino porque había destruido, entre los frutos de la cultura Song, el más preciado de ellos, el arte del té, sé como él que no es un brebaje menor. Cuando deviene ritual, constituye la esencia de la aptitud para ver la grandeza en las cosas pequeñas. ¿Dónde se encuentra la belleza? ¿En las grandes cosas que, como las demás, están condenadas a morir, o bien en las pequeñas que, sin pretensiones, saben engastar en el instante una gema de infinitud? El ritual del té, esta repetición precisa de los mismos gestos y de la misma degustación, este acceso a sensaciones sencillas, auténticas y refinadas, esta licencia otorgada a cada uno, sin mucho esfuerzo, para convertirse en un aristócrata del gusto, porque el té es la bebida de los ricos como lo es de los pobres, el ritual del té, pues, tiene la extraordinaria virtud de introducir en el absurdo de nuestras vidas una brecha de armonía serena. Si, el universo conspira a la vacuidad, las almas perdidas lloran la belleza, la insignificancia nos rodea. Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima".

sábado, 20 de octubre de 2012

El viaje

De un neurótico volcán nos descolgamos
por laderas de orquídeas y quetzales
a las tierras australes de tu sangre
donde el cielo se funde con el río…
para echar este milagro hacia los vientos
y apretar el abrazo en la distancia…
para andar las huellas de los tuyos
y acercar los pasos de los míos…

Los amigos fueron puente y lo cruzamos
hacia un sol destellando primaveras.
Añorando los sonidos de la selva
la memoria a cinco voces nos dio abrigo.
Y empezamos a soñar con este día,
el primero de esta vida que te entrego,
el primero de esta historia que contamos,
el primero de este viaje que emprendimos.  

Será al fin que te nombré mi territorio
y tu amor lo habita soberano.
Al despertar los amaneceres eternos
recordaré por qué nos elegimos.
Cada día me buscaré en tus brazos
y en tu sonrisa de pan de la mañana.
Tu corazón de fuego será mi lumbre…
en mi melena de noche harás tu nido.

lunes, 30 de julio de 2012

Alas

Ahora solo quiero la luz,
tu mirada calma y el aliento de tu boca…
Ahora solo quiero volar
y soltar el lastre de esta noche eterna,
y soñar con tu abrazo
que me llena de flores…
y besar tu sonrisa
cuando me recuerdes.
Si Dios nos puso en esta hora
fue para nombrarte mi escudo,
para darme tus alas,
y habitar en tu mundo de pájaros y soles,
para sanarme en vida,
para lavar mis heridas
y dormir en tu pecho las vigilias negras,
para revelar de a poco
tu corazón inabarcable…
para ser feliz al fin,
alcanzar mis sueños y entregarte todo.
Ahora solo quiero la luz…
y llevarme este amor que me salvó del espanto
y dejarte la paz de haber vivido el milagro.

domingo, 6 de mayo de 2012

Los venenos

Blanca sabe de fórmulas y alquimias. Conoce las propiedades de la eufrasia y el alcanfor, el peso de los elementos, el color de los jarabes, y la dosis exacta para analgésicos y purgas. Pero su vademécum de certezas se evapora, se volatiliza al crisol de su corazón apasionado, mientras espera la hora prometida…


Blanca llegó cuando Rosario lloraba a Bordabehere. El barrio entero desconfió de la pericia de la nueva boticaria, como lo había hecho unos meses antes la mesa examinadora que accedió, no sin recelo ni desconcierto, a que una mujer egresara por primera vez de esa casa de estudios. Con el tiempo, prejuicios y suspicacias cedieron a su modo afable y sus ojos de turmalina negra. La “Farmacia El Progreso, de Blanca E. Vallejos”, como orgullosamente pendía entre filetes y flores sobre la puerta con biseles, terminó por convertirse en el centro social y político al este de la estación. Bajo la tutela de la cínica sonrisa de un Geniol martirizado, se amalgamaban debates ideológicos, críticas literarias y chismes a la orden del día.

Para Blanca la farmacia era su mundo, lo contenía por completo. Nada de su vida excedía los muros. Ella y su madre, Doña Clara, compartían vivienda detrás del salón con Pio, un gato persa de denominación pontificia y modales cortesanos que el Padre Lázaro les había encomendado como herencia al dejar la parroquia. Todo lo que necesitaba cabía en ese perímetro en ochava al que se dedicaba por completo y Blanca despedía el medio siglo protegida en su baluarte de Galeno, donde hubiese podido resistir eternamente a base de discos de Oscar Alemán, anises vespertinos, crucigramas de “La Capital”...al amparo del Sagrado Corazón, que impartía bendiciones desde el centro de la sala.

Hasta que un día conoció a Carlos…

Fue al final de un otoño de tempestades y borrascas. Carlos estacionó el Plymouth azul, interminable, frente a las vitrinas y desde el mostrador, Blanca lo observó paralizada transitar los pocos metros hasta la farmacia, protegiéndose de la lluvia con un maletín definitivamente insuficiente. De chambergo y sobretodo implacables, al abrir la puerta saludó con cortesía y se presentó como el nuevo visitador médico para la zona. Cuando estrechó su mano, Blanca sintió temblar los anaqueles y corrió a persignarse detrás del terciopelo verde que separaba la botica del laboratorio. Desde ese momento supo que no habría antídoto ni poción contra esa mirada lacerante que le erizaba la piel. La herida fue certera y profunda. Letal. Y fue un veneno dulce… y la agonía fue lenta…

Carlos volvía cada quincena, y Blanca disimulaba lo poco que podía la voz trémula y el sudor helado que le corría por la frente. Si nunca había sentido la sed urgente de una boca imposible, por qué debía enfrentar ahora este ejército de emociones rebeladas?

Una tarde de pocos clientes y demonios en el aire, Carlos la besó… Blanca no se resistió, no pudo resistirse. Solo atinó a entornar la puerta que daba al patio donde Doña Clara persistía en su siesta de canarios y malvones. Las pesadas persianas del frente cayeron y los clientes se sorprendieron de encontrar la farmacia cerrada tan temprano... como empezó a estarlo desde entonces, cada 15 días.

Carlos hablaba un idioma que Blanca nunca había escuchado: pasión, perfume, deseo, cuerpos, fuego, labios, caricias… Para cuando ella aprendió a balbucear las primeras palabras del dialecto maldito, escuchó de su boca que tenía mujer y Blanca se vio ardiendo en el infierno. Ese día se despidieron con la promesa de Carlos de volver por ella para escapar de todo. Blanca asintió estremecida y pasó la noche en vela, con el rosario entre las manos, rogando entre lágrimas por un perdón que nunca llegaría: el de ella misma.

Por la mañana, policías y curiosos se agolpaban contra los cristales. Blanca dormía para siempre, sobre el mármol gélido del laboratorio, su sueño de polvos fraccionados mientras Pio se enredaba entre las piernas inertes que pendían del taburete.

Dicen que el Plymouth azul nunca volvió al barrio.

sábado, 6 de agosto de 2011

Fase 1: El deseo. Hito 2

A días de celebrar mis 40 años, hito que había decidido calificar como el "final de mi adolescencia", como una premonición, como una señal de que todo en mi mundo estaba cambiando, me informaron que recibiría una mención especial por el cuento que había presentado en para un concurso literario, y que esa mención se transformaría en la publicación de un libro.
Quise que la llegada de esta noticia en un momento tan especial de mi vida, me significara un presagio de que el camino que estaba tratando de iniciar, me llevaría hacia algún lugar, lo más cercano posible, a lo que espero de esta vocación de escribir....
Mis palabras, por primera vez publicadas, se tranformarían en una obligación ineludible de no dejar el sendero, de mantenerme trabajando por este proyecto... de mantenerme creyendo en este proyecto...
La crisálida persiste... pero la metamorfosis avanza constante... subsiste...

viernes, 6 de mayo de 2011

Último Capítulo

- Elsa Malavecchia de González…Viuda de Fermín González, en realidad… Libreta Cívica 3388547…47, sí… como le venía diciendo oficial,…
Comisaría 34. El calor ocupaba todo el espacio como un lodo traslúcido… Mientras informaba sus datos, Elsa repasaba con la mirada las esquinas del cielorraso, calculando el largo del plumero que las liberara de aquel engarce de telas de araña, moscas y plumas minúsculas. Un ventilador chirriante pendía en el centro de la habitación, cortando el aire a un ritmo agónico, terminal, al tiempo que un trío de alguaciles repetía su danza suicida contra los tubos fluorescentes. Elsa trazaba con su índice un surco sobre el polvo del mostrador, y ahora concluía que efectivamente debía hacer ya varias semanas que nadie acercaba franela alguna por esas tablas. Detrás de ella, dos travestis desgreñados esperaban turno mascando al unísono. Elsa los espiaba a intervalos, deseando tener más tiempo para explayarse sobre los hechos…
- … y es que yo sigo la telenovela esta todas la tardes, “Conjuro de amor”, usted la sigue oficial? Ah no? Su señora?.. a no está casado? Y que está esperando?… a su edad, Fermín ya me había hecho madre de dos criaturas… bueno, sí, que siga, que siga… le decía… que ´”Conjuro de amor” empieza a las tres, cuando me levanto de mi siesta religiosa. Ah, sí! Yo todos los días me acuesto un horita a descansar la espalda, vio? Sobre todo después del ataque del ciático que tuve hace unos meses. Mi amiga Chola me dice que empiece yoga, que me va a hacer bien, pero no sé, a mi edad… meterme con eso… Así es como se termina en esas sectas que no hacen más que sacarle la plata a una…. Bueno, sí, sigo, sigo… es muy impaciente usted…. Entonces… que a las tres empieza la novela. Me preparo unos mates, es mi momento preferido del día… Tengo un televisor en la cocina, no? Que da a la placita de la avenida, ahí donde hace unos días encontraron el bebé abandonado, se enteró? Virgen Santa!!! Como hay gente que no tiene corazón, traer un bebé al mundo y entregarlo como si fuera un trapo, por si hay alguien que se apiade… Yo me hubiera hecho cargo pero ya lo tengo al Monchi, que es pequinés pero bastante tranquilo. Ni se siente el pobre… Ah, sí. Que siga con el relato, no? Es que usted me cae simpático, quién diría tan serio, pero no sé qué tiene que me hace acordar a… bueno, bueno, sigo… Y no vaya usted a creer que justo a las tres, justo, justo, empieza la gente de la murga, esta que se junta a ensayar en la placita. ¿Qué injusticia, no? Toda la santa hora con el chichungui, chichungui, que platillos, que bombos, que cornetas,… yo no sé, este país siempre copiando lo extranjero. ¿De dónde salió todo esto? Y con el calor que está haciendo… no me diga, ¿Quién puede estar con la ventana cerrada? …La cosa es que yo, que nunca molesté a nadie, no llego a escuchar nada de lo que dice la tele… Lo único que pido oficial... Ah! ¿Cabo? Bueno, cabo… en mis tiempos el carnaval no era así. Había baile en el club, cantaba Goyeneche, siempre me acuerdo, pero en la calle no se molestaba a nadie… ahora, estos de la placita ¡Por favor! Habrase visto ¡Un escándalo! No hay quien viva con ese barullo. ¡La murga! Usted viera el zafarrancho…En un barrio de gente tranquila, la verdad… Bueno tranquila, a no ser por la chica esta del séptimo, la debe haber visto por acá… Si dicen que recibe, y eso que el reglamento dice “no apto profesional”… Yo nunca lo vi, pero que se escucha, se escucha…
Pasaron los días y nada cambió,… la murga siguió ensayando en la placita y Elsa desde la ventana esperó la aparición del patrullero que, en respuesta a su denuncia, acudiera a poner un poco de cordura… Los capítulos de “Conjuro de amor” avanzaban inexorablemente hacia el final en un intervalo de tiempo que se llenaba de gritos, tambores, y estruendo… y Elsa acercaba el oído al “Grundig” tratando de descifrar las últimas palabras de cada frase, de rescatar suspiros, caricias y latidos emocionados en medio de aquel aquelarre tribal que se colaba cada siesta hasta su cocina.
Pasaron los días, pasó la semana y llegó el sábado… Horario especial, central, a las nueve. Último capítulo. Los avances prometían además, una entrevista previa a los actores y un concurso telefónico en el que adivinando el desenlace de la historia entre tres opciones, se accedía a una entrevista con el galán protagonista. Elsa saboreaba anticipadamente el premio a tantas privaciones. Dios había accedido a sus súplicas devotas y esa noche disfrutaría en el silencio y la tranquilidad propicios el final esperado. Bajó de la alacena un frasco de escabeche que tenía reservado para ocasiones especiales, descorchó un rezago de Nochebuena y, acodada sobre el hule del mantel, esperó los acordes milagrosos del violín agonizante que anunciaran desde el televisor la hora tan ansiada.
Pero a medida que se acercaba el horario de la cita, los ruidos desde la calle crecían al ritmo de la ansiedad de Elsa. Cinco minutos antes de las nueve, como un trueno del infierno, como un grito desgarrado que le estremeció las entrañas, se escuchó el primer repique de la percusión principal. Desde la placita, la murga, más escandalosa que nunca, inició su marcha hacia el corso en la avenida. Elsa se apresuró a cerrar la ventana, a correr cortinas y tapar con diarios las hendijas del marco deformado, dispuesta a la asfixia antes de que el carnaval le robara la gloria, mientras el barrio se apretaba bajo las guirnaldas de banderines y lamparitas, copiando contorsiones y saltos. Elsa contemplaba desahuciada aquella masa informe de lentejuelas y flecos, sombreros, borlas, moños y charreteras, que se arrastraba por la avenida como una serpiente china, haciendo trepar a las cornisas de aquella noche sofocada un himno frenético al que se sumaban todos … hasta la Chola, que la saludaba exultante, agitando un repasador desde el balcón de en frente. Monchi saltaba del sillón al sofá y ladraba desaforado sumándose al festejo mientras Elsa, desplomada en la silla de la cocina, dejaba que las lágrimas lavaran de sus mejillas la impotencia, y un beso eterno llenaba la pantalla muda.
Por no sentirse tan sola, por no pensar en cómo “Conjuro de amor” se había extinguido sin que ella pudiera dar fe de lo que los protagonistas tenían para decirse después de tanto silencio, Elsa bajó a mezclarse con la gente y, con su pasos cortos y torpes, bailó esa noche con el fantasma de Fermín, que le acariciaba el pelo erizado de “Spray”. Pero al momento que intentó un movimiento más osado, un globo de agua estalló en sus tobillos y resbaló irremediablemente sobre un banco que la esperó con el filo más agudo de sus bordes.
… Esa noche la guardia de emergencias se llenó de carnaval. Omar, el primer tambor, se llevó a Elsa en la camioneta hasta el hospital para que limpiaran y cocieran la herida que cruzaba sobre su ceja. Toda la murga esperaba el parte a las puertas de la sala. La cabeza de Elsa giraba como sumergida en un remolino convulsionado en el que se mezclaban los besos de “Conjuro de amor”, las guirnaldas de la avenida y los hijos de Jaime, el verdulero peruano de la esquina, bailando abrazados en la vereda. A su lado, la chica del séptimo le tomaba la mano, esperando que reaccionara de la anestesia….