Por sobre las palmas asoma la luna.
Se enreda
en sus frondas
y se desenreda…
Persite en
su vuelo hacia la promesa
que es también
traición,
del eclipse
rojo.
Y ella
avanza lenta, quizás resignada,
sabiendo fatal
su destino dulce,
buscando el
altar donde será ofrenda.
Debajo
sucede la vida y la noche,
las aguas,
los besos, caminos y vías
como venas
líquidas,
los techos
dormidos, las ventanas francas,
la isla de
jade engarzada en barro,
y una rueda
mágica, presa en su letargo.
La luna lo
observa con su iris de cíclope
ceñido de
arrugas, mares y volcanes.
Sabe de
memoria todos los rincones,
todos los
secretos,
todas las
heridas…
los ve cada
noche, los mide, los pesa,
y los va
arrastrando hasta el alba nueva.
El sol del
otoño recoge cansino
las redes
de bruma que suenan de pájaros.
En su piel
de sal la luna hace un hueco
y al fin se
deshace,
como la
marea que lame la arena
y la vuelve
espuma.
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